Un día antes de ser asesinado, el candidato presidencial del Ecuador, Fernando Villavicencio, fue amenazado por el cártel de las drogas más conocido en México y el mundo. No era la primera vez. A lo largo de la campaña, el ecuatoriano se enfrentó frecuentemente con el crimen organizado —“No les tengo miedo, que vengan los capos del narco, que vengan los sicarios, se acabó el tiempo de la amenaza”, dijo— exhibiendo los nexos entre las mafias mexicanas y las de su país.
Horas antes de que un tirador solitario le disparara tres veces a la cabeza, Villavicencio reconoció en una entrevista del 9 de agosto por la mañana que existía la posibilidad de que lo mataran: había escuchado las voces de hombres que se presentaron como integrantes del Cártel de Sinaloa que le dijeron que, si no cambiaba su discurso contra el tráfico de las drogas, lo ejecutarían. El político y experiodista de investigación eligió denunciar esos amagos en lugar de retirarse de la contienda electoral del 20 de agosto.
Bajo el lema «Es tiempo de valientes», su candidatura se mantuvo firme en la postura de no ceder ante los amagos extranjeros. Y como muestra de su determinación, se presentó antes de su homicidio en un programa de televisión con un plan bajo el brazo contra el trasiego de cocaína y contra los cárteles mexicanos. Un desafío para sus angustiadores.
Y, tal vez, esa audacia le costó la vida: afuera de un colegio, Fernando Villavicencio fue acribillado. Contaba con varios escoltas, pero no con un automóvil blindado, lo que facilitó al sicario cumplir su misión. Para sorpresa de su país, el exdiputado de 59 años no sobrevivió a las heridas en el hospital privado más cercano.
Al momento de su homicidio, ocupaba el cuarto o quinto lugar de las encuestas, pero subía lentamente gracias al apoyo presidencial de Guillermo Lasso. El tiroteo al norte de la capital Quito lo convirtió en lo que nunca pensó: un aspirante presidencial que en vida quería mostrar los pactos criminales de su país y que, en muerte, exhibió el poder del crimen organizado de México en el continente.
¿Qué hace un cártel mexicano en Ecuador?
Primero, un cártel identifica rutas. Busca socios. Explora mercados. Y cuando los reconoce como potenciales negocios con gruesos rendimientos, se abre paso a balazos. Luego, hace lo que cualquier empresa criminal: elabora un agresivo plan de expansión y lo ejecuta para conquistar tierras nuevas.
Ecuador está, desde hace al menos cinco años, en esos planes de expansión del Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación por su ubicación envidiable: está arriba de Perú, abajo de Colombia y a lado de Bolivia. La trifecta de la cocaína. Colinda con la única región del mundo que produce tanta amapola como el Triángulo Dorado de Birmania, Laos y Tailandia.
Además de ser vecino de los mayores productores de cocaína en Sudamérica, Ecuador tiene una infraestructura envidiable: cuenta con el importante puerto de Guayaquil, que conecta las costas del Pacífico sudamericanas y mexicanas con Asia y Oceanía, los continentes donde —según la Organización de las Naciones Unidas— crece con mayor rapidez el consumo de drogas per cápita, es decir, donde están los mercados de narcóticos más apetecibles y rentables del mundo.
Y si eso fuera poco, Ecuador cuenta con regiones boscosas y de difícil acceso como Cuenca, donde se instalan fácilmente laboratorios para crear drogas de diseño en lo profundo de la selva. La nación andina es una triple amenaza: país de producción, de consumo y tránsito.
Por años, esa ubicación inmejorable para el tráfico internacional de cocaína hizo de Ecuador una tierra de negocios para los cárteles colombianos. La organización Insight Crime calculó que el 30% de los narcóticos producidos en Colombia pasaban por el país que hoy gobierna Guillermo Laso. Con semejantes rendimientos, los cárteles mexicanos no tardaron en aparecer y comenzaron a disputar ese negocio con una estrategia bien conocida: infiltrarse primero en las cárceles con las pandillas locales y luego trasladar la violencia de las celdas a las calles.
De acuerdo con informes de la Dirección Nacional de Antinarcóticos en Ecuador, los cárteles mexicanos se pegaron desde 2018 a brazos armados ecuatorianos como Los Lobos y Los Choneros con el objetivo de ampliar su presencia y desplazar a los narcos colombianos.
Bastaron unos pocos años para lograrlo: el mismo día del asesinato de Fernando Villavicencio, el diario Milenio publicó una investigación basada en documentos de la Secretaría de la Defensa Nacional que exhibe que los cárteles mexicanos ya prescinden de sus socios sudamericanos para controlar el tráfico de drogas en el resto del continente. Ecuador se convirtió en un centro más de operaciones del Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación.
“Ya no nos enfrentamos a la delincuencia común, sino a los más grandes carteles de la droga del mundo“, reconoció el año pasado el presidente de Ecuador, Guillermo Lasso, quien sabía que los comicios para sucederlo en el poder pasarían necesariamente por propuestas para acabar con el poderío de los cárteles y recuperar la paz de un país que vio crecer la tasa de homicidios en 250%, entre 2020 y 2022, a causa del crimen organizado mexicano.
Fernando Villavicencio se postuló a la presidencia del Ecuador a mediados de mayo de este año y desde su anuncio se presentó un contratiempo para los intereses de los más grandes capos del narcotráfico del país, cuenta el periodista colombiano Jeff Sierra, quien durante la campaña entrevistó al hoy candidato asesinado. La razón: como experiodista y exlegislador, Villavicencio contaba con información privilegiada sobre los movimientos del crimen organizado internacional en su país.
“Los enemigos de Villavicencio no solo son poderosos a nivel financiero, sino que cuentan con un arsenal muy poderoso, armas de todo tipo, lanzagranadas, fusiles de largo alcance, municiones y explosivos. Estas armas son suministradas por los emisarios de los cárteles del narcotráfico. Villavicencio conocía sobre estos tratos y lo expuso en varias denuncias públicas”, narra Sierra desde América del Sur.
Al mismo tiempo que recibo sus mensajes, un video comienza a circular por redes sociales: cerca de 20 hombres vestidos de negro, con el rostro cubierto y empuñando armas largas, acompañan a su líder que, también embozado, lee un comunicado:
“Cada vez que los políticos corruptos no cumplan con su promesa que establecemos cuando reciben nuestro dinero —que son millones de dólares para financiar sus campañas— serán dados de baja”.
Quienes reivindican el magnicidio dicen ser miembros de Los Lobos, la segunda pandilla más numerosa de Ecuador con unos 8 mil miembros y que, según medios locales, está infiltrada por cárteles mexicanos. Los dichos de los presuntos asesinos contrastan con la falta de evidencias de que Fernando Villavicencio haya recibido dinero del narcotráfico.
“El grupo de Los Lobos está asociado en Ecuador con el Cártel Jalisco Nueva Generación, pero no tienen exclusividad. Trabajan con quien les pague mejor. Los cárteles mexicanos hacen tratos con cualquiera que quiera trabajar con ellos. Casi siempre el intercambio es de armas, por droga, por cocaína”, reconoce Jeff Sierra.
En la libreta del periodista están anotadas estas palabras de la entrevista que le hizo al también exdiputado este año: “En Ecuador hemos vivido una de las peores guerras y carnicerías en las cárceles con más de 400 víctimas que son parte de esta guerra interna entre el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación. Estamos hablando de hechos que jamás habíamos visto. Ecuador ha sido un país muy pacífico. Lo que hemos vivido no tiene antecedentes”.
Con su asesinato mueren también sus propuestas para barrer con los cárteles mexicanos en su país, como una reforma al Poder Judicial, medidas más estrictas para combatir el lavado de dinero, combatir la minería ilegal y una de sus mayores obsesiones desde que era periodista: expulsar a las mafias enquistadas en la industria petrolera, uno de los negocios más rentables del crimen organizado foráneo.