La hermandad nace en un arroyo bajo el manto del Iztaccíhuatl, único testigo de este ritual sagrado que transforma a los aspirantes en hombres y mujeres ‘murciélago’ del Ejército mexicano.
Han caminado durante días. Cada paso los ha llevado a soportar pruebas de resistencia física extrema, donde el cuerpo cede a la fatiga, pero la voluntad los empuja a seguir adelante. Este arroyo, cuyas aguas heladas descienden con el frío del volcán, se convierte ahora en un escenario de renacimiento. Aquí, frente al espíritu imponente de la naturaleza, cada cursante enfrenta su última transformación.
El agua simboliza un puente entre lo que eran y lo que quieren ser. Sus cuerpos sumergidos temen al frío, pero sus mentes aceptan el reto. Cada gota helada que los cubre lleva consigo el eco del volcán.
El instructor, con una presencia solemne, eleva el balde lleno de agua helada que deja caer sobre la cabeza rapada del cursante. El sonido del líquido resuena junto al grito que trasciende las montañas. «Yo, instructor de Fuerzas Especiales, te bautizo con el distintivo de… Titán… Titán… Titán.»
Ya no son López, ni Pérez, ni Morales. Ahora tienen un nombre clave; son murciélagos, guardianes de la soberanía, figuras de sigilo y guerreros de élite.
“Uno elige su distintivo conforme a su personalidad. Lo sacan del nombre de su familia, las iniciales o el apellido”, explica el Teniente Silence, instructor de Fuerzas Especiales. Algunos cursantes encuentran en el distintivo un vínculo con sus raíces. “Hay momentos en que se aferran a esa conexión, pero la mente lo puede todo”, añade.
Subteniente Vite, otro instructor, describe esta ceremonia como algo profundamente espiritual. “Es un trance, un renacimiento de un soldado regular que pasa a ser un soldado especial”, comenta, subrayando que este rito es esencial para quienes buscan formar parte de esta unidad de élite.
El bautizo no es sólo simbólico, también representa una prueba de resistencia dentro del Curso Básico de Fuerzas Especiales, un proceso que dura 14 semanas. En esta etapa, no todos logran llegar. De los 450 aspirantes iniciales, solo 195 completaron esta fase. “El soldado que ingresa será sometido a niveles de exigencia muy altos. Si no los cumple, tendrá que causar baja e integrarse nuevamente a sus unidades,” explica el Teniente Coronel Shark, director del curso.
A partir de este momento, cada soldado se lleva consigo más que un nuevo nombre. Su camiseta, marcada con la leyenda «Guardianes de la soberanía», se convierte en un símbolo que los acompañará para siempre. “Es una marca de por vida,” asegura Silence. No es solo un uniforme; es un recordatorio del compromiso asumido.
Para los cursantes, el bautizo es un punto de inflexión. “Yo quise entrar a este curso para conocer los límites físicos y mentales, y hacer un efecto multiplicador,” comparte el Teniente Astarot. Otros, como el Capitán Izogie, resaltan el significado profundo de pertenecer a las Fuerzas Especiales. “Pertenecer aquí es sinónimo de fortaleza. Sé que no es para todos, pero quien tenga ese sueño tiene una gran oportunidad de demostrarse a sí mismo de lo que es capaz de lograr,” afirma con orgullo.