El día de la Preciosa Sangre es un espacio de celebración que los feligreses nextlalpenses conmemoran cada 1 de julio a la par que en muchos lugares del mundo, fecha que se ha mantenido luego del Concilio Vaticano II, donde el Papa Pio IX en 1849, extiende la firma para apreciar la imagen del Cristo flagelado para la iglesia universal que debería estar dedicada a su liberación, posteriormente Pio X instituye la fecha.
La iglesia de Santa Ana Nextlalpan, donde se venera precisamente a Santa Ana junto a San Joaquín; papás de la Virgen María y abuelitos de Jesús, es el altar donde reposa la imagen del Cristo martirizado que representa la Preciosa Sangre, llamado en otras poblaciones como el Cristo de la Columna o el Cristo de la Cañita, pasaje evangélico donde nuestro padre Jesús representa al divino redentor en el misterio de su sagrada flagelación para después ser crucificado.
Con un nicho especial en esta iglesia ubicada en el barrio Central, adornada con flores naturales, la fiesta inició con la celebración eucarística a las 7:00 de la mañana, bajo la iniciativa del señor Agustín Hernández Venegas y toda su familia, a esa hora se escucha la banda de viento y cohetones, cantos, ofrecen aperitivo a los asistentes, la imagen se presenta con el ajuar de color purpura, puesto que originalmente la imagen se muestra desnuda de pecho por la estampa que representa, en Nextlalpan le confeccionan la vestimenta.
La celebración continuó a las 13:00 horas, ahí participó el señor Ángel Enciso Castillo, su familia y un grupo numeroso de vecinos de Santa Ana, quienes asisten a la segunda eucarística y salen en procesión, llevando en hombros la imagen por las principales calles, se detienen en las capillas de Atenango, San Juan, San Pedro Miltenco, San Francisco Molonco y San Esteban Ecatitlán, por ser las más cercanas al centro, es así como los feligreses le regalan un momento de liberación.
La estampa bíblica de esta imagen tiene que ver con la flagelación de Jesús como se reza en el segundo misterio doloroso, “Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle, los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura, acercándose a él, le decían: “Salve, Rey de los judíos y le daban bofetadas”.
Para los romanos la flagelación se imponía como castigo o como preparación de la crucifixión, para la iglesia católica era una forma de disciplina, mortificación o castigo corporal de purificación, actualmente se interpreta como un acto de reflexión o una forma de honrar el sufrimiento de Cristo en su camino hacia la redención.